El gobernador de Nuevo León, Samuel García, insiste en presentar al transporte público como la salida al creciente caos vial en la zona metropolitana de Nuevo León. Sin embargo, su propuesta se ha limitado a lanzar frases como “pídele a la raza que se suba al camión”, sin acompañarla de una estrategia integral que ataque las verdaderas causas del colapso vial y del abandono histórico del sistema de movilidad.
Transporte atrapado en el mismo tráfico
Durante un evento privado en San Bernabé, Samuel García encabezó la entrega de 25 nuevas unidades del sistema Transmetro, asegurando que cada camión sustituirá a 80 vehículos particulares. De manera entusiasta, afirmó que esta medida aliviará el tráfico y mejorará la experiencia del usuario al contar con unidades equipadas con aire acondicionado, cámaras, internet y transbordo gratuito.
Pero más allá del espectáculo mediático, la realidad es muy distinta. Las nuevas unidades, aunque necesarias, operan dentro de un sistema desorganizado, sin rediseño de rutas y atrapado en las mismas avenidas saturadas que enfrentan todos los días los automovilistas. Así lo reconoció el propio secretario de Movilidad estatal, Hernán Villarreal, quien señaló abiertamente que “el transporte está inmerso en el mismo tráfico”, lo que explica los largos tiempos de espera y de traslado que tanto molestan a la ciudadanía.
Aumento en la percepción negativa hacia Samuel García
Las estadísticas son claras. Según la última Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana del INEGI, el 59% de la población considera al transporte público como uno de los principales problemas de la ciudad. Esta cifra contrasta con el 36% registrado al cierre del sexenio anterior, lo que evidencia un deterioro considerable en apenas tres años de gestión.
Pese a ello, el discurso oficial insiste en responsabilizar al tráfico y no a las fallas estructurales del sistema. Y aunque el secretario Villarreal confía en que “la percepción mejorará” cuando se reduzca el tráfico, no presentó soluciones concretas ni plazos para lograrlo. En otras palabras, el gobierno apuesta a que la ciudadanía tenga paciencia mientras el problema sigue creciendo.
El mensaje oficial ignora la realidad
Más allá de las estadísticas y los discursos, lo que viven miles de personas todos los días es una movilidad cada vez más hostil. Quienes dependen del transporte público lo hacen con resignación: esperan camiones bajo el sol, viajan en unidades llenas, sin horarios fijos y en condiciones que muchas veces no garantizan ni comodidad ni seguridad.
En este contexto, la invitación del gobernador a que “la raza se suba al camión” suena ajena y hasta insensible. La frase, más cercana a una ocurrencia que a una política pública, minimiza los verdaderos retos que enfrentan los ciudadanos: falta de cobertura en varias zonas, rutas desconectadas, nula planeación urbana y una ausencia total de incentivos para dejar el carro.
Tampoco se han anunciado medidas paralelas que acompañen la expansión del transporte público: estacionamientos disuasorios, corredores exclusivos, mejoras a banquetas y ciclovías, ni un plan coordinado entre municipios. Lo único que se ha puesto sobre la mesa es la promesa de poner en operación 1,500 camiones adquiridos desde diciembre, muchos de los cuales siguen sin circular.
Mientras tanto, los funcionarios viajan en convoyes oficiales y no conocen el drama cotidiano de quien debe atravesar la ciudad en un sistema de transporte colapsado.
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